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Hacia un diseño urbano ágil y evolutivo

La probada resiliencia de las ciudades viene dada por su carácter de ecosistemas. en los cuales cada elemento está relacionado con todo lo demás. Por eso, la ciudad, como dice Saskia Sassen, nunca acabe de completarse. Nos proponemos dar pasos, por la vía de la práctica, hacia un diseño urbano más ágil y evolutivo, en consonancia con la naturaleza de los ecosistemas urbanos.

Lineas de deseo y diseño urbano ágil

Nos proponemos avanzar hacia una metodología de diseño urbano más ágil. Un diseño urbano que combine buen diseño con participación ciudadana, es decir, eficiencia con democracia. Un diseño que cuente con los datos urbanos como materia prima, con el empuje de los múltiples agentes que conforman la innovación urbana, y con la propia ciudad como taller y banco de pruebas en tiempo real.

Las líneas de deseo

¿Quién no ha cruzado alguna vez un parque atajando por uno de esos caminos espontáneos que la gente traza en el césped con sus pisadas? Cuando yo era pequeño, crecí con la sensación de que atajar por el césped estaba mal. Los peatones debíamos dar los rodeos que hiciera falta para llegar caminando a nuestro destino, mientras que a los automóviles se les construían rectas y anchas avenidas, libres de obstáculos. Incluso se planeaba (y, a veces, se conseguía) tirar barriadas enteras para poder prolongar esas rectilíneas autopistas urbanas.

Hoy, cuando el coche se bate en retirada de nuestros centros urbanos, es buen momento para mirar con otros ojos a esos atajos que se quedan marcados como un sendero entre la hierba, y que en arquitectura se llaman «líneas de deseo» («desire paths»). Son uno de los mejores indicadores para que los paisajistas sensibles y atentos diseñen buenos parques para las personas. Me gusta que uno de los grandes de la arquitectura, Rem Koolhas, haya seguido esta pista para una de sus obras, el campus McCormick del Instituto Tecnológico de Illinois, en Chicago.

Abogamos por una arquitectura y un diseño urbano ágil y que trate de potenciar la vida urbana, no que trate de moldearla, ni mucho menos de dominarla.

Quizás haya que tomar más en serio a Jan Gehl cuando dice que para diseñar nuevos espacios públicos e infraestructuras primero hay que observar atentamente la vida urbana. Llevar un mercadillo lejos de donde hay gente que compra y vende no parece la mejor manera de cuidar a esas personas que participan en las actividades comerciales. Como tampoco favorece mucho a la difusión de la cultura el construir un centro cultural en las afueras, ni facilita la vida de los trabajadores llevar los parques de innovación lejos los ambientes vibrantes o construir grandes distritos residenciales en zonas remotas y mal provistas de servicios.

El resultado, a nivel colectivo, provoca inefiencias económicas y daños medioambientales (la gente tiene que andar todo el día desplazándose de un lado a otro). A nivel individual, pérdida de calidad de vida e infelicidad. Las personas vivirán, trabajarán y comprarán en esos sitios «desubicados» sólo mientras no tengan muchas más opciones. Metro, boulot, dodó.

Pero la ciudad no es solo un conjunto de máquinas (de moverse, de aprovisionarse, de habitar…). Empezando por el filósofo Lefebvre, por el inclasificable Debord o por la carismática Jane Jacobs, ha habido y hay pensadores que consideran que la ciudad debería diseñarse como un teatro para la vida, como un espacio para la autorrealización y liberación del individuo. A este conflicto le vamos a llamar conflicto entre «logística» e «identidad» (gracias Luis Rojo por la terminología).

Al barón Haussman, destacado urbanista parisino del siglo XIX, le gustaba la ciudad como una perfecta máquina logística. Derribaba las vetustas callejuelas y las reemplazaba por anchos boulevares por las que pudiera circular sin rozamiento la artillería en caso de revuelta del populacho. La todopoderosa Google, en Toronto, ha intentado crear una smart city a la medida del coche sin conductor de Uber y de la paquetería de Amazon. Como respuesta a la visión logística de la ciudad de estas plataformas digitales, hay «riders» locales que defienden la identidad del lugar y se organizan para proporcionar servicios de reparto a domicilio en condiciones dignas.

Identificar oportunidades ocultas de proyectos

A finales de los años noventa del siglo XX, Manuel Castells alumbró la teoría de que la ciudad como objeto era, en realidad, la visibilización física de los intercambios, o flujos. Flujos económicos, de información, de paquetería, de personas, de ideas y conocimiento. Es decir, en ciierta manera, la arquitectura construida es la visibilización de la intensidad con que estos flujos se intercambian, cosa que ocurre en las ciudades. Castells denominó a la dimensión global de ese espacio urbano el «espacio de los flujos».

Desde el punto de vista matemático y geográfico, Michael Batty argumenta que la ciudad puede verse como una superposición de redes (de movilidad, sociales, culturales, de telecomunicaciones, etc). Y las redes, como es conocido, poseen tres elementos principales: nodos, enlaces y flujos (que son las transferencias que se producen de un nodo a otro). Desde el punto de vista arquitectónico, nos interesa fijarnos sobre todo los nodos. Veremos por qué.

Muchos de esos puntos de intercambio, o nodos, ya están construidos para bien o para mal. Estaciones, en el caso del transporte, o grandes centros de datos en el caso de las comunicaciones digitales, o gigantescos almacenes logísticos en el caso de la paquetería, o depuradoras para la red de abastecimiento. Sin embargo, como prueba alguno de los experimentos que hemos realizado, por ejemplo, con el concurso «Ojo al Dato», hay todavía nodos por descubrir en los que palpita una vida urbana oculta. Si fuéramos capaces de identificarlos, podríamos generar proyectos arquitectónicos allí donde ya fluye la vida. Una arquitectura a favor de la vida urbana, del individuo y de la colectividad.

Dicha hipótesis está basada en la analogía con la mecánica de fluidos y la termodinámica. Pensamos que es en los nodos de la red, allí donde los flujos se originan, se terminan, se manipulan, se intercambian, o se discontinúan, donde tiene más posibilidades de surgir la vida, y por ende, la arquitectura.

Este principio, que se observa en una sencilla tubería de agua (es en las juntas, en las fisuras, en las bombas, donde el moho, es decir, la vida, prolifera), se da también en el contexto urbanístico. Por ejemplo, en las redes de transporte, es en las estaciones (sus nodos) donde se genera vida y arquitectura, mientras que las vías de alta velocidad por las que el tren pasa a 300 kmh apenas tienen potencial de generar espacio público (más vale apartarse de ellas). De la misma manera, en las redes digitales, la arquitectura se genera en los nodos de intercambio (grandes centrales donde trabaja el personal de ingeniería, de mantenimiento, o de seguridad), mientras que el cable submarino donde se transmite nuestra información de lado a lado del océano a la velocidad de la luz, apenas deja una huella perceptible en el entorno.

Mi intuición de partida, que ha de ser formalizada, es que dicho efecto tiene que ver con la entropía. Cuando el agua circula por la tubería lo hace de una manera “organizada”, mientras que cuando la tubería se corta, se dobla o se estrecha aparece un cierto grado de “desorden”. La energía y, por qué no, la inteligencia necesarias para reordenar ese flujo hasta introducirlo en la siguiente tubería o depositarlo en el envase o contenedor de destino, hacen de esos puntos lugares fértiles para la vida y, por tanto, para esa arquitectura diseñada para potenciarla.

El diseño urbano psico-geográfico en la era del dato

Pero el uso de los datos urbanos para detectar esas oportunidades de proyectos a través de la visibilización de flujos o de esa vida oculta de las ciudades, es sólo una parte del camino.

Nos interesa también la producción de arquitectura en el campo del diseño urbano en el sentido “situacionista”, es decir, un diseño urbano destinado a mejor cubrir los gustos, necesidades y deseos de los habitantes de la ciudad en la medida que actúan como usuarios del espacio público. Los datos urbanos pueden ser la herramienta de medida del éxito de la arquitectura producida.

En los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, cuando Jan Gehl y Jane Jacobs empezaron a observar el espacio público  y la «danza» que en él tiene lugar, no existían muchos más instrumentos para registrar las idas y venidas de los viandantes que la memoria, un lápiz y cuaderno. Pero hoy sí, porque la ciudad está llena de sensores que registran nuestra huella en ella, a través de la actividad en todas sus redes: comerciales, de transporte, sociales, etc.

Lo que ocurre es que esos datos están en manos privadas.

Un ejemplo de diseño urbano psico-geográfico lo constituyen los nuevos centros comerciales, algunos ciertamente logrados y sofisticados, como los que opera la empresa Intu . En ellos se consigue crear un ambiente muy cercano a lo que los situacionistas preconizaban, sólo que es usado en sentido opuesto al que a ellos les hubiera gustado. Sin duda, una amarga victoria para sus tesis de que la tecnología ambiente podría crear experiencias psicológicas y sensoriales únicas y liberadoras.

En su versión comercial de la “participación ciudadana”, los nuevos centros comerciales utilizan incluso plataformas como Facebook para solicitar ideas sobre nuevas tiendas que los clientes desearían. Estas campañas participativas son extraordinariamente segmentadas, gracias al conocimiento exacto del perfil de cada cliente (edad, domicilio, gustos, patrones de consumo, etc). Como sospechamos por Mozorov, damos más fácilmente nuestro consentimiento para usar nuestros datos personales para que Zara nos venda una camisa que para que nuestro Ayuntamiento mejore la plaza del barrio.

Compartir datos entre grandes corporaciones y administraciones

Como decíamos, la mayor parte de los datos que mueven la economía están en manos privadas, y las políticas de open data apenas consiguen aflorar una parte de la punta del iceberg de eso que llamamos big data. Una brecha en torno al dato se ha creado, y los ayuntamientos (y, por extensión, la ciudadanía), no pueden quedarse en el lado débil de la misma. El conocimiento que los datos que se producen en la ciudad generan debe poderse utilizar para el bien común. Para diseñar una ciudad mejor para sus habitantes.

Por ello, están apareciendo plataformas urbanas de datos compartidos. Nosotros propusimos hace unos años un modelo para este tipo de plataformas que nos publicó la Universidad de Florida. Pero existen otros.

Laboratorios urbanos: la siguiente descentralización

En los últimos tiempos hemos asistido a la proliferación de centros o laboratorios de innovación en el ámbito corporativo, motivada por la necesidad de mercado de aceleración de la innovación en un entorno cada vez más competitivo y cambiante. A este fenómeno no han sido ajenas las administraciones públicas, que han demostrado ser permeables también al fenómeno de la innovación.

Casi una década después, se constata el auge de los laboratorios auspiciados por las administraciones públicas (y los ayuntamientos no son ajenos a ello), señalándose además el conflicto (no todavía resuelto) que en estos nuevos laboratorios aparece entre el pensamiento positivista (y más aún dado el auge de la ciencia de datos) y la necesidad de incorporar a los diseños y decisiones aspectos socio-culturales y humanos.

Por otro lado, desde las universidades, y asociados a las escuelas de arquitectura, ingeniería o geografía, han surgido también numerosos laboratorios de interés cuyo objeto de análisis y producción son las ciudades. Quizás el ejemplo más conocido sea el Senseable City Lab del M.I.T. Desde la óptica de nuestra investigación, estos laboratorios muestran alguna limitación (intrínseca a su naturaleza y a su lejanía a los centros urbanos y a los barrios) a la hora de incorporar la participación ciudadana en sus procesos de identificación y producción de proyectos.

En el ámbito urbano, la combinación de los procesos de democratización de la tecnología, la innovación abierta, y el auge de la ciudad como escenario de prueba de nuevas invenciones, ha llevado al surgimiento de un nuevo tipo de laboratorio de carácter híbrido. Hace una década, ya se anticipaba la formación para 2020 de una “constelación” de laboratorios urbanos o cívicos, cuyo objetivo sería trabajar por un desarrollo urbano inclusivo, y que utilizarían como materia prima “información proveniente de sensores” y un diseño de soluciones “de abajo a arriba”. Ejemplos de este nuevo tipo de laboratorios urbanos, son el Future Lab de Linz (Austria), Medialab Prado (Madrid) o, mucho más modesto, el Open Urban Lab de Zaragoza. En ellos, la participación ciudadana es consustancial. Sin embargo, se resienten por el flanco de la producción. Su posición en las organizaciones municipales (lejos de los centros de toma de decisiones) no permite encauzar todo el potencial creativo de estos laboratorios en proyectos con impacto.

Aún así, la innovación está dejando de ser un asunto de una élite de ciudadanos avanzados tecnológicamente y puede estar aterrizando en el barrio. Empezó Barcelona con su proyecto de descentralizar los fab-labs o «ateneus de fabricació» a nivel de distrito. Medialab Prado acaba de editar una formación on-line para montar laboratorios urbanos a nivel de barrio. Y en el ámbito de los datos, nuestra ex-compañera en el grupo de trabajo en Eurocities Sally Kerr propone utilizar las bibliotecas públicas para hacer del cultivo del dato una cuestión mucho más cercana.

Si la tendencia se confirma, habrá más gente que pueda comprender cómo funciona la ciudad, y más gente preparada para producir objetos y servicios que puedan mejorarla. Y eso es, sin duda, bueno.

Hacia un urbanismo ágil

Precisamente, en la fase de la producción está otra de las grandes dificultades.

La probada resiliencia de las ciudades viene dada por su carácter de ecosistemas, como resultado de miríadas de mínimas intervenciones y pequeños cambios, muchos de los cuales ocurren de arriba a abajo, y que, como señala Saskia Sassen, hacen que la ciudad nunca acabe de completarse. Es a la hora de intervenir en el espacio público o en las infraestructuras que aparece la última de las grandes cuestiones sobre las que nos proponemos avanzar. Se trata de dilucidar en qué medida es posible dar pasos, por la vía de la práctica, hacia un diseño urbano más ágil y evolutivo, en consonancia con la naturaleza de los ecosistemas urbanos.

Las metodologías ágiles, consistentes en la implementación de muy cortos ciclos de prueba y error (también llamados “sprints”) que se lanzan de mutuo acuerdo entre los programadores (implementadores) y los usuarios, y que por tanto poseen una naturaleza intrínsecamente deliberativa, han sido profusamente probadas en entornos altamente complejos de desarrollo de software. Se trata de entornos en los que las circunstancias son altamente cambiantes, las especificaciones o requisitos no se encuentran correctamente definidos, y las variables tienen tal grado de interdependencia que su modelado resulta imposible. Sistemas, como los aeroespaciales, donde todo está conectado con todo lo demás. Las ventajas de este tipo de metodologías incluyen la optimización de resultados, los ahorros de tiempo y costes, y la motivación y compromiso de los agentes participantes en el desarrollo.

Queremos investigar cómo las metodologías ágiles, que además sitúan al usuario en el centro del ciclo de desarrollo, pueden trasladarse a la producción de arquitectura, al menos en el ámbito del diseño urbano. Algunos ejemplos de aproximación hacia un diseño urbano ágil incluyen proyectos de Jan Gehl Architects’ en barriadas (Argentina) o proyectos de “Ecosistema Urbano” en asentamientos auto-construidos en Paraguay.

Sin embargo, las metodologías ágiles, que aportan evidentes ventajas a la hora de gestionar la implementación de prototipos, tienen sus limitaciones a la hora de construir proyectos sostenibles a largo plazo (entendiendo por “sostenible” aquel espacio o infraestructura que cumple con sus objetivos de utilización). Para mejorar la sostenibilidad de los negocios, en el mundo de las empresas tecnológicas, han surgido metodologías como “lean start-up” que se han demostrado extraordinariamente eficaces. Lean “start-up”, que en esencia supone la aplicación del método científico al desarrollo de negocios, es coherente con el carácter evolutivo de los ecosistemas urbanos que ya apuntó Chris Alexander en su revolucionario ensayo «A City Is Not A Tree».

Su encaje y complementariedad con las metodologías ágiles, dentro de una metodología evolutiva (en sentido amplio) de diseño urbano de código abierto, aventura un camino aún no transitado. Para adentrarnos en él, es fundamental pertrecharnos de las herramientas que hemos visto en este artículo:

  • la capacidad de detectar oportunidades de generación de proyectos de diseño urbano a través de la analítica de los flujos urbanos
  • el desarrollo de métricas de medida del éxito de los proyectos de diseño urbano que podamos ejecutar
  • laboratorios urbanos ligados con políticas y programas de impacto real en la ciudad
  • una metodología sencilla y comprensible de producción de diseño urbano

Artículo publicado bajo licencia Creative Commons de cultura libre. Algunos derechos reservados.

Foto de Naseem Buras vía Unsplash

 

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Etiquetas: , , Last modified: 14/02/2021
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