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El urbanismo inteligente era el plan A en la película “Interestelar”

Para evitar el colapso medioambiental sin sacrificar el desarrollo al que tienen derecho los millones de personas que viven en la pobreza, la única salida es practicar un urbanismo inteligente: densidad, diversidad de usos, movilidad sostenible, barrios de cero emisiones y atención al espacio público.

Urbanismo inteligente

Otoño de 2014. Tres asuntos nos llaman la atención y nos invitan a reflexionar sobre lo impostergable de virar hacia un urbanismo inteligente:

Un gran diario europeo publica un reportaje en el que documenta con sólidas estadísticas la mejora social, cultural y económica de la población mundial en el último siglo. Como especie, vivimos un “momento dulce” sin precedentes. Solo la amenaza inminente del cambio climático ensombrece este prometedor panorama.

En paralelo, desciende sustancialmente el precio del petróleo por una serie de factores económicos, geopolíticos y tecnológicos. Noticia de desigual impacto: vigorizante para las anémicas economías occidentales, preocupante para las desiguales sociedades de los países productores. En todo caso, desde el punto de vista ecológico, un pésimo augurio.

En tercer lugar, en los cines se proyecta la película “Interestelar”, la cual dibuja un futuro sombrío para nosotros los humanos. En unos decenios, la Tierra, exhausta de recursos e inhóspita debido al cambio climático, ha dejado de ser un hogar para la humanidad y ésta, ante la inminencia del colapso, ha de resignarse a la elección de abandonar el planeta o extinguirse.

El escenario dibujado por los guionistas de “Interestelar” es una de las historias posibles en que el futuro puede evolucionar a partir de hoy, cuando el cambio climático es ya una realidad incontestable. Las ciudades consumen las tres cuartas partes de la energía mundial y son responsables del 80% de las emisiones de CO2. Sin embargo, el problema no está en su imparable crecimiento sino en el imparable crecimiento de la población mundial. Más bien parece que la creciente urbanización del planeta mitiga, en realidad, los problemas de dicho crecimiento. Si alguien no lo ve, que piense en el coste económico y ambiental de distribuir a los 7.000 millones de habitantes del planeta en casas unifamilares en aldeas y con las garantías de confort, movilidad, conectividad y servicios que cualquiera de nosotros quisiera para sí. Como bien argumenta el periodista David Owen, el lugar más ecológico de Estados Unidos es,… sí, la ciudad de Nueva York.

¿Vivimos en el mejor de los mundos posibles?

Es el título de la información firmada por Marc Bassets en el diario El País, en la que, en contra de nuestra percepción, se documenta que nuestra especie, a nivel global, pasa por su mejor momento. Las estadísticas mundiales reflejan mínimos en muertos por guerras, en hambruna, pobreza y analfabetismo. No es ajena a esta mejora generalizada el hecho de que la mayor parte de la población mundial viva en esas grandes invenciones nuestras llamadas ciudades, irresistibles y atemporales imanes para la mayoría de los que buscan un futuro mejor. Hay miles de millones de personas en los países en vías de desarrollo que, persiguiendo ese futuro, van a incorporarse poco a poco a unos estándares de vida decentes. Sin un urbanismo inteligente, la masiva migración a la ciudad que se está produciendo será un desastre medioambiental.

Si es que existe un límite “malthusiano” al aumento poblacional, éste estará tanto más lejos cuanto más seamos capaces de idear estrategias para que la mejora de las condiciones de vida de los habitantes de los países en vías de desarrollo no comprometa el futuro de nuestro planeta. Una sensata acepción del término “Smart cities”, hoy ya gastado, es la que acuñó uno de sus padrinos, William J. Mitchell, como la “oportunidad de que los cambios producidos en nuestras ciudades sean regenerativos y no destructivos, materializando el sueño de cubrir nuestras necesidades sin comprometer las de las generaciones futuras”.

«Interestelar” es una más que digna película de ciencia ficción con notables virtudes. Como la de emocionar. O la de empujar al espectador a desempolvar la «Historia del Tiempo» de Stephen Hawking al llegar a casa. O como la de situarnos, además, ante nuestros dos grandes desafíos: cómo funciona el Universo y cómo, ante la aceleración del cambio climático, podemos hallar la manera de salir de ésta. En un mundo ya casi inhabitable, el astronauta Cooper es enviado, en una última misión desesperada, en busca de un planeta donde la especie humana pueda seguir viviendo. En su cuaderno de la misión, dos planes. Plan A: transportar a la diezmada humanidad hasta allí. Plan B: abandonarla a su suerte y, mediante una cuidada selección embrionaria, empezar de cero.

Sin embargo, queremos pensar que hay un verdadero plan A que nos permita seguir habitando nuestro viejo y querido planeta, y que tal plan está todavía a nuestro alcance. Dada la importancia de las ciudades en esta etapa, el urbanismo inteligente (ciudades compactas, pensadas para las personas y no para los automóviles) puede ser una herramienta decisiva para ahuyentar la amenaza de colapso ambiental producido por el imparable aumento poblacional y de nivel de vida. En este sentido, la bajada actual de los precios del petróleo va a añadir algo de suspense a nuestra epopeya, pues dificultará la pedagogía energética debido al descenso de los incentivos económicos para el ahorro de energía. La auténtica teoría de la gran unificación a encontrar es la que compagine crecimiento poblacional, aumento generalizado del nivel de vida, y sostenibilidad ambiental.

En «Interestelar», el astronauta Cooper y su hija son los héroes de ficción que desentrañan los últimos misterios de la astrofísica y hacen posibles los viajes espaciales entre remotas regiones del universo. Sin embargo, en nuestro mundo cotidiano, hay multitud de pequeños héroes que, desde las universidades, las empresas, los ayuntamientos, las organizaciones vecinales o, a mero título individual, defienden soluciones de movilidad, consumo y urbanismo sostenibles. Pero, si bien cualquier avance hacia la sostenibilidad en nuestras sociedades urbanas occidentales es positivo, hay que ser conscientes de que nuestro partido se juega en otros continentes. Solo en China se calcula que unos 300 millones de personas emigrarán del campo a la ciudad de aquí a 2025.

Se buscan, por tanto, pilotos con visión global y con el conocimiento y el liderazgo suficientes para avanzar en la agenda del urbanismo inteligente y dirigir los nuevos desarrollos urbanos hacia modelos más cercanos a Barcelona o Copenhague que a Londres, o hacia Nueva York antes que hacia Houston. Y es que, del modelo urbano que las nuevas ciudades en sitios remotos como China, India o África elijan dependerá, en buena medida, la suerte de todos.

Artículo publicado bajo licencia Creative Commons de cultura libre. Algunos derechos reservados.

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Last modified: 26/08/2020
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