Escrito por 09:41 Blog, Ciencias Urbanas

La ciudad cuántica

¿Juegan a los dados los urbanistas con las ciudades? La pregunta admite varias respuestas, y todas probablemente sean ciertas y falsas al mismo tiempo. En cualquier caso, reconocer la intrincada complejidad de la ciudad aconseja aceptar nuestros límites a la hora de modelar y predecir sus comportamientos. El big data nos puede ayudar a comprender la ciudad, pero la ciudad no es producto de un creador, sino que cada habitante crea su propia versión cada día al abrir los ojos.

Ciudad cuántica panadería

La ciudad cuántica es aquella en la que la panadería de la esquina está abierta y cerrada al mismo tiempo, y en la que el amigo al que esperamos en las escaleras de la facultad está y no está entre la multitud de abrigos y cabezas que divisamos desde arriba.

Cuenta Benjamín Labatut en su inclasificable libro «Un verdor terrible» la rivalidad entre dos genios: Schrödinger y Heisenberg. Una rivalidad más filosófica que científica. Ambos eran físicos, jóvenes y preocupados. El uno por predecir el movimiento de las partículas subatómicas, el otro por las fronteras del saber.

Durante los años de entreguerras, mientras Schrödinger presentaba por los salones científicos de media Europa su bella ecuación de onda, Heisenberg lo ridiculizaba bajo la acusación de que el físico austro-irlandés no comprendía realmente las profundas implicaciones que la teoría cuántica tenía sobre la realidad. Si Schrödinger hacía un último intento por usar el marco mental de la mecánica clásica para explicar la resbaladiza naturaleza de las partículas subatómicas, la mente de Heisenberg se descomponía en los mil pedazos de sus complejos coeficientes matriciales.

En cierto modo, Schrödinger había puesto la última teja del edificio clásico de la física tal y como Newton y Einstein la habían conocido; y Heisenberg planeaba nada más ni nada menos que su voladura. Sobre el descampado, ponía las primeras piedras de una construcción difusa, contra-intuitiva y fastidiosamente compleja como es la teoría cuántica.

Un Universo cuántico

El universo cuántico es ese lugar donde las trayectorias de las partículas dejan de ser predecibles para pasar a ser «probables». Donde nada «es» hasta que no es medido por un observador. Y donde, llevando las cosas al extremo, ni siquiera merece la pena preguntarse por aquello que ocurre cuando apagamos nuestra mirada.

El principio de incertidumbre de Heisenberg estableció nuestros límites al conocimiento, pues demostró la imposibilidad de determinar con exactitud dos magnitudes de cualquier objeto que estuviesen correladas, es decir, estrechamente relacionadas entre sí; por ejemplo, la velocidad y la posición de un electrón. De paso estableció que la realidad no puede ser modelada con precisión ni su comportamiento predicho con exactitud.

Y es que los problemas del determinismo científico venían ya de lejos. Algo de todo esto ya se empezaba a oler el filósofo alemán Emmanuel Kant cuando escribió en su «Crítica de la razón pura» que para la construcción de la realidad (el objeto) era fundamental contar con las experiencias y con la sensibilidad del sujeto que la observaba. Parecido mensaje, solo que más condensado, el de nuestro cercano poeta Campoamor «nada es verdad ni es mentira […]». O todo puede ser verdad y mentira a la vez, como se encargan de demostrar a diario nuestros políticos cuánticos.

Sin embargo, en los salones científicos aún resuena la airada respuesta de Einstein a las tesis de Heisenberg. La conocida «¡Dios no juega a los dados con el Universo!»  Y al coro se sumó la venganza burlona de Schrödinger, en forma de ese gato que estaba dentro de su caja en dos estados superpuestos al mismo tiempo, a la vez vivo y muerto.

Pero este artículo quería hablar de ciudades. Unos ecosistemas orgánicos que evolucionaron desde semillas iniciales: un campamento romano, una fortaleza visigótica, un puerto abrigado de temporales e invasiones… De esas sencillas estructuras surgen poco a poco intrincadas redes superpuestas.

Es sabido que la mecánica cuántica, útil para escalas subatómicas, no funciona para describir estructuras mucho mayores. Pero eso no quita para que pensemos que las implicaciones epistemológicas del principio de incertidumbre deben ser consideradas también en las ciencias urbanas.

Ecología urbana

La ecología urbana es compleja porque está altamente interconectada, la red de metro se interconecta con la red de calles, que a su vez está conectada con las redes digitales, con las de suministro, y todas ellas con la red cultural, o con la red sanitaria, o con la red de flujos económicos que fluyen desde y hacia cada uno de nuestros hogares, de nuestras empresas o de los negocios a pie de calle.

Miles de variables con millones de nodos. El número de estados posibles es tan mareante como el de un bosque, o un océano. Un ecosistema caótico y organizado a partes iguales. Bits, voltios, átomos, ideas y sentimientos en diaria efervescencia. Qué impotencia siente el Schrödinger que todos llevamos dentro al afanarse en describir con una bella ecuación, con un modelo, la imprevisible danza urbana (si estas no fueron las palabras de Jane Jacobs para describir este fenómeno, se le parecían mucho).

Aún así, nuestro Schrödinger interior lo sigue intentando. Modelemos la ciudad para predecir su comportamiento en todo momento, nos susurra. Y si nuestro modelo fracasa, no es culpa nuestra, sino de la ciudad misma, tan complicada ella. Derribemos por tanto esos barrios de callecitas intrincadas y abramos anchas avenidas. Bajemos el nivel de complejidad. Convirtamos la ciudad, indescifrable y bella, en esa imagen abarcable que llevamos en nuestra todavía limitada cabeza.

¡Dios no juega a los dados con las ciudades! Es la frase que se escuchó decir en tantos congresos y escuelas de urbanismo durante décadas, pronunciada por aspirantes a dioses desde sus torres de marfil. Convirtamos por tanto la ciudad en algo más sencillo, por ejemplo, un árbol. De un tronco salen dos o tres ramas, de cada una de ellas otras tantas, y así hasta llegar a las hojas. Hagamos avenidas troncales, ramificaciones. Y cuando la savia se atasque obligada toda ella a pasar por el mismo sitio y amenace con asfixiar al pobre árbol, aumentemos el tamaño del tronco, hasta el siguiente cuello de botella.

Una ciudad no es un árbol

Chris Alexander se encargó de desmontar este concepto de ciudad-árbol a mediados de los 60. Y antes que él, Jane Jacobs, y antes muchos más. Artistas, filósofos y escritores. Hasta algún arquitecto. Todos ellos nos dicen que idealizar la ciudad solo sirve para destruirla. Mejor aceptarla y convivir con sus inexplicables caprichos, que son en realidad los nuestros.

¿Por qué acaso no vamos y volvemos a los sitios por el mismo sitio? ¿Por qué nos quedamos a veces sentados en un banco, mirando una mosca, mientras que otras veces vamos tan rápido que nos parece habernos teletransportado hasta nuestro destino? ¿No es acaso el intento de simpificar la ciudad un intento de modelarnos a nosotros mismos? ¿O, aún peor, de domarnos?

Para ahondar en una crítica fundada del método de los modelos o de la «racionalidad técnica» en el importante campo de la planificación urbanística, recomendamos leer a Donald Schön, un amigo de mi amigo Mike Joroff. Y otro amigo (este de toda la vida), Ricardo Cavero, escribió un artículo sobre la planificación urbanística (en este caso de la innovación) de esos que son como una flechita: ¡poc! Directo a la diana.

Cosas del destino, la ecuación que Schrödinger inventó para describir la oscilación de electrón en función del tiempo (es decir, para predecir su movimiento), hoy se ha convertido también en una fórmula probabilística. Y hasta pueda que exista su famoso gato, a la vez vivo y muerto, ya que se han podido crear pulsos de luz que simultáneamente poseían estados superpuestos, algo que los científicos llaman un «gato de Schrödinger lumínico.»

La feliz paradoja es que Scrödinger y Heisenberg por fin se han reconciliado. Dios jugaba a los dados con el Universo, y la probabilidad de los estados posibles de los electrones pueden establecerse con la ecuación de Schrödinger en su extensión matricial, que no se aparta un milímetro del principio de incertidumbre de Heisenberg.

Y gentes como Kant, el flaneur Baudelaire o los pintores impresionistas, pueden sonreir desde sus tumbas al saber que definitivamente no es posible separar el conocimiento de la realidad de la mirada del sujeto. Que nada existe en el universo urbano sino es para que lo sintamos quienes en él vivimos. Que no cabe preguntarse ni por inversiones, ni por planes, ni por proyectos que no sirvan al fin de mejorar la experiencia urbana de los habitantes de esta impredecible e inclasificable ciudad cuántica.

Artículo publicado bajo licencia Creative Commons de cultura libre. Algunos derechos reservados.

Foto de Simona Sergi vía Unsplash

 

 

(Visited 631 times, 1 visits today)
Last modified: 12/12/2021
Cerrar