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Vivienda en la smart city de Google en Toronto

Los análisis críticos sobre el proyecto de Sidewalk Labs (la filial inmobiliaria de Google) para crear una Smart City en Toronto, casi siempre se fijan en su aspecto más «orwelliano»: la masiva e injustificada recogida de datos personales. Pero pocos han reparado en la estafa que supone la propuesta de vivienda en la Smart City de Google.

Toronto Tomorrow

Los análisis críticos sobre el proyecto de Sidewalk Labs (la filial inmobiliaria de Google) para crear una Smart City en Toronto, casi siempre se fijan en su aspecto más «orwelliano»: la masiva e injustificada recogida de datos personales. Pero pocos han reparado en la estafa que supone la propuesta de vivienda en la Smart City de Google.

La ciudad de Toronto lanzó en 2002 un ambicioso proyecto (el mayor de Norteamérica) de revitalización de una zona urbana costera. El siglo XX había ido convirtiendo a los terrenos pantanosos entre la desembocadura del río Don y el lago Ontario, uno de los que conforman la región de Los Grandes Lagos, en un vertedero masivo de deshechos industriales. Los tres gobiernos (municipal, provincial y federal) constituyeron ese año la sociedad Waterfront Toronto y la dotaron con generosos fondos públicos para revertir el abandono de casi 800 Ha de terrenos costeros. La misión consistía en convertir la orilla del lago de la mayor ciudad de Canadá en un lugar para vivir, trabajar y disfrutar, con viviendas para todos y un espacio público vibrante y de alta calidad, a la altura de las mejores capitales del mundo.

La gran operación de revitalización se puso en marcha, y durante el primer decenio las obras de infraestructuras fueron avanzando sin excesivos problemas ni foco mediático, si bien los resultados visibles desde el exterior, edificios de apartamentos bastante estándar, no parecían responder a las expectativas generadas. Entre las razones que limitaban el brillo de los proyectos, la falta de autonomía sobre el planeamiento y el hecho de que prácticamente todo el suelo sobre el que se asentaban estaba en manos privadas.

Pero eso empezó a cambiar en 2009, cuando Waterfront Toronto compró las primeras parcelas propias, hasta conformar una zona contigua de 5 hectáreas llamada Quayside. Por primera vez, la sociedad pública no estaba atada de pies y manos a la hora de planificar y ejecutar un proyecto acorde a su visionaria idea fundacional.

Para convertir al Quayside en un laboratorio a pequeña escala de la ciudad del futuro, Waterfront Toronto escogió a mediados de 2017 a la empresa Sidewalk Labs (la filial inmobiliaria de Google) como socio preferente. La misión asignada a Sidewalk Labs incluía escribir un innovador plan para el Quayside, y colaborar en su financiación. Desde la publicación de los primeros documentos de la propuesta de la Smart City de Google en Toronto, los críticos vieron cómo la sombra del «gran hermano» se cernía sobre todas las áreas del proyecto: calles, plazas, parques y edificios plagados de sensores para recabar los datos de todos nuestros movimientos con el pretexto de optimizar la ciudad para nosotros.

Desde entonces, y más después de lo que sabemos tras el escándalo de Cambridge Analytica, las críticas al proyecto se han centrado en este aspecto orwelliano de la gestión urbana y, en menor medida, en los intentos de Sidewalk Labs de apropiarse de los derechos de propiedad intelectual de los inventos surgidos en ese laboratorio de innovaciones que la ciudad quiere establecer en el Quayside. Tampoco ha gustado nada que Sidewalk Labs intentara ampliar por su cuenta el ámbito geográfico del proyecto a las 77 hectáreas de las adyacentes «Port Lands«.

Todo ello ha suscitado un agrio debate en Toronto, y más allá, acerca de la conveniencia o no de tirar la propuesta de Smart City de Google a la papelera. Activistas civico-tecnológicos como Bianca Wylie, a la que algunos llaman la Jane Jacobs de nuestro tiempo, han liderado la batalla pública contra los planes de Google (o Alphabet) en Toronto, y tres CEOs de Waterfront Toronto han quedado por el camino.

Pero, salvo excepciones como la ex-jefa de planeamiento del Ayuntamiento de Toronto Jennifer Keesmart, pocos análisis se han hecho eco de la gran trampa que constituye la propuesta de Sidewalk Labs en vivienda para la Smart City de Google en Toronto. Una trampa oculta en el océano de 1.500 páginas que consta su extensa, vaga y repetitiva documentación. La propuesta tiene que cumplir una premisa básica: el 20% de las viviendas deben ser «asequibles» (una fórmula que en Canadá establece que el coste de la vivienda no debe exceder el 30% de los ingresos brutos de sus ocupantes.) Según Keesmart, sólo cumplirían esa condición el 5% de las viviendas ofertadas. Escaso rédito para unos terrenos públicos valorados por Sidewalk Labs y Toronto Waterfront en 590 millones de dólares canadienses (unos 385 milllones de euros). Y más comparado con las cifras que arrojan las promociones en parcelas privadas fuera del Quayside, donde hasta la fecha se han construido más de un 13% de viviendas asequibles.

Sidewalk Labs adorna su propuesta de vivienda en la Smart City de Google en Toronto con niños jugando en la calle. Pero el 58% de las 6.800 casas que proyecta son de 1 dormitorio o menos (estudios), y sólo el 14% tienen más de 2 dormitorios. Evidentemente, muchos de los niños que aparecen en los renders jugando bajo las viviendas de la Smart City de Google en Toronto, o no viven en el barrio, o duermen en la habitación de sus padres.

Después llegan los recortes en metros cuadrados. Si compramos todo on-line, sensorizamos nuestro hogar y añadimos las correspondientes apps que nos pidan la compra tal y como vamos gastando los productos, Google deduce que no necesitamos zonas de almacenamiento. Desprovistos (gracias a Google y Amazon) de los improductivos armarios, el siguiente paso es el co-living. Compartamos zonas comunes con otros vecinos, y ahorremos todavía más espacio. Como volver al concepto de residencia universitaria, pero con 40 años y con niños.

Las casas serán de madera (de los bosques de Ontario), se fabricarán en una factoría de las cercanas «Port Lands» para bajar costes (condicionado a que Sidewalk Labs le sean concedidos los derechos de promoción inmobiliaria también de esas 77 Ha), y se montarán en un pispás. Más ahorro (de costes). Además, estarán inspiradas en la filosofía de sostenibilidad Passivhaus (pero, ojo, no estarán certificadas).

Aunque, sin duda, lo más impactante de la propuesta en materia de vivienda es el innovador método de financiación «equity property». Según este método, el cliente podría aspirar a ser propietario del 20% de su vivienda, a lo sumo. En el ejemplo que lo ilustra, sobre una casa de 600.000$ el cliente pagaría 120.000$ en cómodas cuotas de 500$ durante 20 años, a lo que se añadiría un alquiler por el otro 80% de 1.600$ al mes. En total 2.100$ al mes, que durante 20 años suman algo más de 500.000$. Es decir, que por 500.000$ la afortunada familia podría tener una porción de vivienda valorada en 120.000$. Google no aclara los derechos en materia de reparaciones, renovaciones, etc de los ocupantes durante ese tiempo en el que, ni son inquilinos, ni tienen el porcentaje mayoritario en la propiedad. (Waterfront Toronto hizo público en Febrero de 2020 que rechazaba tanto la fórmula del «equity-property como el co-living).

Pero lo más sorprendente es que toda esta renuncia en superficie y derechos no sirve para tener viviendas realmente baratas. Para esconder la estafa, nada mejor que cambiar las reglas. Así, Google considera «vivienda asequible» a cualquiera por debajo del precio medio de mercado. Gracias a esta relajación del término, su batería de innovaciones en construcción, diseño y financiación supera los objetivos ampliamente hasta alcanzar el 40% de viviendas por debajo de mercado. La realidad es que, aplicando la definición original de vivienda asequible, la propuesta no ofrece ni una sola vivienda asequible en propiedad, y se queda en el mínimo (fijado por las condiciones del concurso) del 20% de vivienda asequible en alquiler.

Pero Sidewalk Labs reconoce que todo este esfuerzo de contención de costes no puede hacerlo solo. Necesita la generosa colaboración de los poderes públicos. No sólo pide cambios normativos (es de suponer que la protección al consumidor en Canadá, o la normas de concesión de licencias de habitabilidad, pueden poner alguna pega a estas innovaciones), sino que solicita sin rubor fondos y suelo públicos (imaginamos que para evitar que los precios del mercado de suelo arruinen sus números). Las subvenciones públicas que se piden, sumadas a los terrenos públicos, servirían por sí mismas para cumplir objetivo del 20% de vivienda por debajo del precio de mercado. El resto, los trucos de Sidewalk Labs y las renuncias de los ocupantes, irían destinados a engrosar los márgenes de la cadena de promotores y constructores, con la compañía de San Francisco a la cabeza. ¿De verdad se necesitaba un socio innovador y financiero para ello?

Hoy, tras muchas discusiones públicas y a puerta cerrada, y con casi dos años de retraso sobre la fecha inicialmente prevista para su aprobación, el plan de Sidewalk Labs está sobre la mesa de los ejecutivos de Waterfront Toronto y de las tres administraciones públicas que gobiernan la sociedad. Aunque la última fecha fijada para una decisión era el 20 de Mayo de 2020, la crisis del coronavirus la ha pospuesto «side die». Quizás este inesperado respiro sirva para leer con más sosiego la letra pequeña de la densa propuesta de Sidewalk Labs para el Quayside.

Artículo publicado bajo licencia Creative Commons de cultura libre del tipo CC BY-SA 4.0. Algunos derechos reservados.

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Etiquetas: , Last modified: 04/08/2020
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