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La Zona Autónoma de Seattle en Capitol Hill: #BLM y situacionismo

La Zona Autónoma de Capitol Hill (o CHAZ, en sus siglas en inglés), comprende 6 manzanas en el barrio de Capitol Hill. El 8 de Junio de 2020, el movimiento de protesta #BLM (Black Lives Matter) surgido tras la muerte de George Floyd a manos de la policía de Minnesotta, declaró esta parte de la capital del estado de Washington (en el noroeste del país), como «zona liberada».

CHAZ Seattle

La Zona Autónoma de Seattle en Capitol Hill (o CHAZ, en sus siglas en inglés), comprende 6 manzanas en el barrio de Capitol Hill. El 8 de Junio de 2020, el movimiento de protesta #BLM (Black Lives Matter) surgido tras la muerte de George Floyd a manos de la policía de Minnesotta, declaró esta parte de la capital del estado de Washington (en el noroeste del país, cerca de frontera con la provincia canadiense de la Columbia Británica), como «zona liberada». La policía, que tuvo que abandonar la comisaría del barrio en medio de una creciente tensión, tiene prohibido el acceso a la Zona Autónoma, la cual se rige por una asamblea ciudadana cuyo programa político incluye una valiente agenda urbana y social: bajada de los alquileres, la supresión de las tasas de escolarización, la reversión del proceso de gentrificación del barrio, o la financiación comunitaria de la sanidad.

Los antecedentes más próximos en el tiempo de la experiencia de la Zona Autónoma de Seattle se sitúan en los movimientos «Occupy», la versión americana del español «15M», ambos surgidos en respuesta a las medidas de austeridad decretadas en el mundo occidental tras la aguda crisis inmobiliaria y financiera de 2008. En ambos casos, se ocuparon calles y plazas, se establecieron asambleas o «círculos» ciudadanos, y se establecieron dinámicas de auto-gestión en los espacios urbanos bajo la jurisdicción de los respectivos movimientos, como el Campo de Cebada, en Madrid (ya cerrado), o el Centro Social Comunitario Luis Buñuel, en Zaragoza.

 

Fotos de George Tames (via NY Times) y H. Zbyszynski (via Wikimedia Commons)

Resurrection City

Pero es remontándonos a 1968 cuando encontramos la que es, posiblemente, la experiencia más rotunda de creación de una estructura urbana autónoma y auto-gestionada en pos de una movilización política: Resurrection City, en Washington D.C., una acción planeada por Martin Luther King Jr. desde un año antes como respuesta a la fracasada «guerra contra la pobreza» del presidente Lyndon B. Johnson. Entonces, como en el caso de la Zona Autónoma de Seattle, fue la cuestión racial el combustible que puso en marcha a miles de personas bajo el paraguas de la «Campaña de la gente pobre» (Poor People’s Campaign) hacia las proximidades del Capitolio, donde permanecerían acampados por espacio de 6 semanas, hasta que las lluvias y el cansancio pusieron fin a la protesta.

Como otro ejercicio de colectivismo utópico, las gentes de Resurrection City inventaron su particular toponimia para su recién creada geografía urbana: nombres como el poblado de la esperanza, la ciudad del «funk», o la ciudad del alma, evocaban sentimientos y estados de ánimo a menudo ligados a la búsqueda permanente de una actitud festiva y alegre. Ese mismo año, Henri Lefebvre había publicado en la convulsa Francia de mayo del 68 su Derecho a la Ciudad, en el que reivindicaba a la ciudad como «teatro de la vida» al servicio de la realización del hombre. Una visión que el filósofo francés oponía al urbanismo funcionalista imperante: aquel que considera la ciudad como una mera herramienta al servicio de la industria, que ve la infraestructura viaria como un lugar por el que deben pasar trabajadores con destino a las fábricas a toda velocidad, o las casas como «máquinas de habitar» (según la definición de Le Corbusier, «pope» por excelencia del urbanismo funcionalista).

Arriba: Lema situacionista «Ne travaillaez jamais». Abajo (izda): Washington Street. (Executive Office Of The Mayor Via AP: Khalid Naji-Allah). Abajo (dcha.): Tryon Street en Charlotte (Carolina del Norte), por Alma S. Adams (via Twitter).

La ciudad situacionista

En su «formulario para un nuevo urbanismo», los situacionistas se preguntaban adónde nos aboca esta civilización tan tecnológica. La respuesta es el aburrimiento. Contra ello, es necesario inventar decorados urbanos móviles. La fría arquitectura de hoy debe cambiar radicalmente y dedicarse a diseñar edificios evocadores. Edificios que cambien según lo haga la naturaleza (el clima, la posición del sol, el viento) y que respondan a los deseos de sus ocupantes. En lo que constituye una primera aproximación a la «ética hacker» y al diseño urbano de código abierto, este nuevo urbanismo situacionista sería la antesala de una civilización experimental que habitase ciudades reconfigurables, efímeras, en las que sus habitantes, aprendiendo de la experiencia diaria, produjeran y atesoraran vastas cantidades de conocimiento. Los sentimientos serían «mapeados» a los diferentes barrios de esta ciudad del futuro, evocando la diversión y el entretenimiento incluso al adentrarnos en sus zonas más sombrías. (Por ejemplo, el cementerio sería el «barrio trágico», anticipando esa visión colorida de la muerte que magistralmente llevaría al cine Tim Burton a lo largo de toda su carrera cinematrográfica).

Los situacionistas inspiraron lemas como el ya clásico de «si no puedo bailar, esta no es mi revolución», y ahondaron en conceptos precursores del urbanismo táctico, cuya expresión más visible durante las protestas del movimiento «Black Lives Matter» ha sido probablemente la gran pintura en el suelo de la calle 16 de Washington D.C., la misma avenida que conduce directamente a la Casa Blanca. Pusieron sobre la mesa esa gran capacidad transformadora que posee el espacio. Pusieron de manifiesto que, transformando el espacio, se puede cambiar el estado de ánimo de todo un grupo social y, por tanto, aspirar a transformar la sociedad. Ese es el gran poder de la arquitectura. Un poder transformador apenas ejercido y al que la mayoría de los arquitectos renuncian de partida.

En un hábil ejercicio de establecimiento de modestas expectativas y de profecía auto-cumplida, Guy Débord, que fundó la Internacional Situacionista como respuesta al fracaso de movimientos contra-culturales anteriores como el surrealismo o el letrismo, avanzó en el momento de su fundación que el situacionismo estaba abocado al fracaso absoluto. Y no en vano, durante buena parte de la década que siguió, el final de los años 50 y los 60, Débord se dedicó con ahínco a hacer fracasar el proyecto a base de purgar cualquier mínima disidencia y de mantener las posibilidades prácticas del movimiento en la irrelevancia.

Sin embargo, la Zona Autónoma de Seattle, como antes las experiencias de «Occupy», el «15M» o Resurrection City demuestran que el pretendido fracaso del situacionismo no fue total. Tanto su huella como la de Lefebvre, que consideran a la ciudad el escenario ideal para ese teatro de la vida, tan divertido y desenfadado como revolucionario, que nos libere del presente alienante a que el trinomio «metro, boulot, dodó» nos pretende someter.

Innovación desde el centro de la ciudad

La agenda social que proponen las asambleas de la Zona Autónoma de Seattle supone un claro avance en una agenda urbana social, como la igualdad de oportunidades en la educación, en el derecho a la vivienda o en el acceso a la salud. Mucho más si se contrasta con la regresiva política estatal impulsada por la administración Trump desde Casa Blanca a nivel nacional. Como en 2015, la innovación política vuelve a salir de los centros de la ciudad. Por aquel entonces, desde las acampadas del 15M en España surgieron ideas en el ámbito de la energía, el consumo y la cultura que. un tiempo después, se pondrían en marcha desde las corporaciones locales gobernadas por sus herederos políticos y que hoy, casi 10 años después, se escriben en proyectos legislativos salidos del Consejo de Ministros del Gobierno de España.

Unos movimientos políticos que necesitaron varios años para cristalizar, y que lo hicieron gracias a la amplitud y profundidad del movimiento de protesta que los sustentaba. Aunque EE.UU es una sociedad muy diferente a la sociedad española, el movimiento de protesta de Black Lives Matter es de tal calado, que no sería descartable que acabase teniendo mayor influencia en el sistema partidista de EE.UU de la que se piensa. Al igual que, en 2011, la izquierda española no pudo abarcar el descontento social, no está claro que un Partido Demócrata liderado por el moderado Joe Biden sea capaz de acomodar en su programa político el enorme caudal de ideas para el progreso que está contenido en la actual ola de protestas.

Sólo el tiempo dirá si la agenda social que se debate en las asambleas de la Zona Autónoma de Seattle es un preludio de cambios de calado en el sistema político americano. Como escribió Jane Jacobs, muchas de las innovaciones surgen precisamente de las ciudades. Los políticos progresistas a nivel estatal deberían tomar nota de las ideas que se cuecen en estos focos de innovación urbana. Y los políticos reaccionarios harían bien en no olvidar que, como dijo Jaime Lerner (el gran urbanista alcalde de la brasileña Curitiba), las ciudades casi nunca son el problema, sino la solución.

Artículo publicado bajo licencia Creative Commons de cultura libre del tipo CC BY-SA 4.0. Algunos derechos reservados.

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Etiquetas: , Last modified: 11/08/2020
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