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Colin Ellard. Psicogeografía. La influencia de los lugares en la mente y el corazón.

Psicogeografía. Colin Ellard

En Cálamo, mi librería favorita de Zaragoza, adquirí “Psicogeografía (…)”, el último libro de Colin Ellard. Para quienes no estén familiarizados con el término, aclaremos que la psicogeografía se ocupa de entender cómo influye nuestro alrededor sobre nosotros, y su importancia para la disciplina del diseño urbano aumenta proporcionalmente a la necesidad de diseñar ciudades cada vez más humanas y amables.

A Ellard le respaldan tres décadas de experiencia como neuro-científico. Desde su “laboratorio de realidades urbanas” en la Universidad de Waterloo (Canadá) ha construido, con el paso de los años, una respetada trayectoria y una voz nítida en la relación entre psicología y urbanismo. La voz de Ellard nos habla de que el espacio construido -edificios, espacio público, nuestros hogares- es, en gran medida, la responsable de cómo nos sentimos. A la larga, puede incluso afectar a nuestra salud mental, y, por consiguiente, también a nuestra salud física.

70 años de psicogeografía

La psicogeografía que ahora Colin Ellard actualiza, tiene su origen en la década de los 50 del siglo XX. Un siglo que, urbanísticamente, puede mirarse en retrospectiva como un recorrido por la famosa pirámide de Maslow, desde abajo hacia arriba. Para organizar el éxodo masivo del campo a la ciudad provocado por la Revolución Industrial, los urbanistas del Movimiento Moderno, encabezados por Le Corbusier, abrazaron el progreso científico-tecnológico en pos de una ciudad salubre, segura y que ejerciese con eficiencia sus principales funciones productivas.

Ralph Rumney. Psicogeografía

Ralph Rumney. Mapa psicogeográfico de Venecia

El espacio así producido resultaba totalmente del agrado tanto del mercado -cuyas industrias se alimentaban eficazmente de unos suburbios compuestos por infinitas máquinas de habitar– como de la política, que nada tenía que temer de una clase obrera demasiado ocupada en devenir clase media como para pensar en revoluciones. Sin embargo, la relativa calma política y social con las que Occidente surcaba los años de posguerra pronto habría de resquebrajarse. En Estados Unidos y en Europa surgían grupos de jóvenes artistas e intelectuales indignados -y aburridos-, no resignados a la vida de metro-boulot-dodó que les esperaba tras la universidad.

Uno de estos grupos, los situacionistas encabezados por el francés Guy Debord, teorizaba sobre la necesidad de inventar un “urbanismo unitario” que, aglutinando todas las artes, se enfocaría en el único objetivo de construir un entorno urbano orientado al disfrute y al placer. Para llegar hasta allí, una de las primeras etapas consistía en acometer estudios psicogeográficos de nuestras ciudades que permitieran entender nuestra relación mental y sentimental con ellas. Paradójicamente, el primer estudio psicogeográfico a publicar en la revista de la Internacional Situacionista quedó en blanco, ya que su autor, el joven británico Ralph Rumney (co-fundador de la Sociedad Psicogeográfica de Londres), no presentó a tiempo su trabajo. Un incidente por el que sería sumariamente expulsado del movimiento.

La psicogeografía en los centros comerciales

Aunque Colin Ellard no hace referencia a los primeros “psicogeógrafos” situacionistas, su libro comienza donde los situacionistas lo dejaron, poniendo de relevancia que los lugares por excelencia donde más se ha desarrollado la influencia del entorno sobre nuestros impulsos son los centros comerciales. Lugares diseñados hasta el mínimo detalle para liberar nuestra pulsión compradora y absorber así el máximo de nuestra riqueza sobrante.

Los más modernos centros comerciales contienen recreaciones de ambientes naturales, conectando así con nuestras más remotas querencias. Está demostrado que, tras un día exhaustos de nuestras diarias rutinas, sentarnos junto a un estanque con plantas nos relaja y enfoca en la inmediata tarea de comprar.

Colin Ellard. Psicogeografía

Centro comercial Puerto Venecia (Zaragoza). Foto de El Confidencial.

Es en la parte de nuestro cerebro llamada hipocampo donde se sitúan los receptores opiáceos que generan la sensación de placer ante ciertos estímulos visuales. Unos receptores que responden ante un rango de frecuencias específico de las imágenes que evocan paisajes naturales.

El espacio sentimental doméstico

Las emociones que despierta un paisaje de bajas frecuencias, como las de las curvas en la imagen de suaves colinas del famoso fondo de pantalla de Windows, son distintas de las que sentimos al estar rodeados de afiladas cumbres con peligrosas aristas (altas frecuencias). Grandes arquitectos, como Frank Gehry o Zaha Hadid, han explorado el uso de curvas en sus icónicos edificios, con el ya consabido efecto emocional en turistas, visitantes y políticos.

Curvas en un edificio icónico

Bodega en Elciego, de Frank Gehry

Sin embargo, las dificultades constructivas que los contornos curvos conllevan hacen prohibitivo su empleo en el mercado de la vivienda. Unas dificultades que pueden ser superadas con la puesta en producción de innovadoras técnicas constructivas, como la impresión 3D.

Curvas "psicogeográficas" en vivienda

Casa construida mediante impresión 3D de ICON

Otras características de la psicogeografía doméstica que nos enseña Colin Ellard es nuestra querencia a habitar lugares que nos recuerdan a nuestra infancia -un periodo vital asociado generalmente con la felicidad y la inocencia-, o el curioso fenómeno de olvido de lo que dejamos atrás que experimentamos al traspasar el umbral de una puerta, o la seguridad que nos proporciona habitar un espacio abarcable y defendible, como convincentemente propuso Oscar Newmann.

En la ciudad, como en casa

El diseño del espacio público comercial ha incorporado estos gustos atávicos para beneficio económico de los propios comercios. Es frecuente, como en el Soho londinense, acceder a las zonas comerciales a través de portales que nos transportan a un lugar adornado con las señas de la identidad colectiva que la emigración dejó atrás.

Colin Ellard. Psicogeografía.

Puerta del Soho (Londres). Foto de Nik Ramzi Nik Hassan en Unsplash

Al igual que en nuestros hogares, donde podemos cambiar a nuestro gusto el mobiliario, la posibilidad de reconfigurar el espacio público por parte de sus habitantes es otra propiedad que mejora nuestra percepción de él. En este sentido, y dada la rampante privatización del espacio público en nuestros días, llamamos la atención sobre las características del código abierto aplicadas al espacio urbano, un concepto que se antoja urgente rescatar. Uno de los grados de libertad del código abierto es, precisamente, la posibilidad de hackear el espacio por parte de la ciudadanía para su apropiación cívica y su puesta al servicio del bien común.

Aunque existen proyectos de construcción de vivienda que llevan la libertad de reconfiguración espacial más allá de la decoración y el mobiliario, como el diseño de apartamentos con paredes móviles que Google propuso para el fallido proyecto de Smart City en el Quayside de Toronto, o el prototipo del MIT “Cityhome” que reconfigura automáticamente el hogar en función del estado psicológico de sus moradores, es en el espacio público digital donde, a través de las posibilidades que abre la tecnología, más fácilmente pueden ejercitarse estas potestades de reconfiguración.

Psicogeografía y realidad digital

La tecnología, y eso es algo que ya anticiparon los primeros situacionistas, ha venido al rescate de la psicogeografía. Colin Ellard muestra en su libro abundantes ejemplos de cómo la realidad virtual, los sensores, o el Internet de las Cosas (IoT) pueden utilizarse de manera eficaz y económica para crear entornos digitales conectados a nuestra psique a través de interfaces cada vez más “naturales” y menos invasivos.

Ejemplo de diseño urbano digital psicogeográfico

Pabellón del Agua Digital (DWP) de Zaragoza, obra de Carlo Ratti

Estas nuevas posibilidades no solo están permitiendo avanzar en los estudios psicogeográficos en laboratorios con un sofisticado equipamiento cada vez más accesible, sino que se han transferido progresivamente al espacio público, trasladando a la ciudad tanto sus oportunidades como sus amenazas -en forma de riesgos para nuestra privacidad y de la latente amenaza del control-.

Nuevamente, es en los centros comerciales donde todas estas técnicas psicogeográficas digitales van un paso por delante. Como Ellard señala, la novedad ahora mismo reside en la extraordinaria precisión y velocidad con que los centros comerciales responden a nuestros sentimientos y los condicionan, hackeando nuestra manera de sentir y razonar y aprovechándose de ese conocimiento avanzado de nuestros rasgos evolutivos para aumentar nuestro consumo.

El urbanismo psicogeográfico de Colin Ellard

En los centros comerciales conocen bien que a los humanos nos gusta estar rodeados de la cantidad justa de gente, que disfrutamos de la variedad, que ralentizamos nuestro paso al caminar por pasillos interesantes y que lo aceleramos junto a fachadas monótonas. Que los contornos curvos nos dan serenidad y que las aristas demasiado afiladas hacen que nuestro hipotálamo se ponga en guardia y genere el nocivo cortisol.

Psicogeografía en el espacio público

Parque Superkilen (Copenhague).

Así, el urbanismo más avanzado y humano debería considerar esta perspectiva psicogeográfica, afirma Ellard, para reconocer que los barrios más cohesionados son también aquellos en los que sus habitantes tienen menos problemas mentales, que existen diferencias de género en la manera en que usamos la ciudad -distintos patrones que es necesario reconocer e integrarlos en el diseño urbano- y que, en último término, es necesario integrar estas nuevas técnicas psicogeográficas de análisis y experimentación -incluyendo la tecnología digital- en la práctica urbanística y del diseño urbano.

Curvas en el diseño del espacio público

Parque de Gloriès (Barcelona)

Colin Ellard concluye su libro señalando las dos maneras principales en que la tecnología se hace permeable en el espacio urbano. La primera, como la realidad virtual, conecta nuestro cerebro con un entorno digital ajeno creado por la máquina, desconectando nuestro cuerpo y extremidades. La segunda, representada por los smartphones y la tecnología ambiente, funciona justamente al revés, conectando nuestro cuerpo a un cerebro ajeno que nos sugiere, recomienda y guía a lo largo de nuestro devenir diario, subcontratando al algoritmo razonamientos y decisiones que antes realizábamos nosotros.

Es esta última manera de conectarnos a la tecnología quizás la más inquietante, pues apenas se nota la cesión de capacidades ya que mantenemos de manera ficticia la sensación de control. Ellard no se adentra más allá, dejando que sean otros quienes indaguen sobre las consecuencias y las posibles reacciones desde el ámbito político ante esa cesión inconsciente de autonomía. Pero este comedimiento del autor no le resta eficacia al mensaje, ya que su punto de vista tecno-científico funciona para un público eminentemente técnico como es el cuerpo de lectores de esta obra.

Dónde miran las mujeres y los hombres en el espacio público por la noche

Dónde miran las mujeres y los hombres en el espacio público por la noche. Chaney et al., 2023 “Gender-Based Heat Map Images of Campus Walking Settings: A Reflection of Lived Experience”

Los profesionales del urbanismo que lean “Psicogeografía (…)” de Colin Ellard van a encontrar explicaciones de honda raíz neurocientífica a muchos de los desafíos de la profesión. Solo comprendiendo bien cómo funciona nuestra psique en relación al espacio construido podrán la arquitectura, el urbanismo, y el diseño urbano estar en condiciones de tener un impacto verdaderamente positivo en la vida de la ciudadanía.

Artículo publicado bajo una licencia Creative Commons. Algunos derechos reservados.

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Last modified: 08/03/2025
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