Escrito por 17:47 Blog, Datos urbanos

La colonización del dato

La colonización del dato está sucediendo. No es de un país a otro, sino de una gran corporación a cualquier país. Y nos debilita. Los datos, nuestros datos, son una de las nuevas materias primas de la economía. Los producimos cada uno de nosotros, los extraen los gigantes de la economía digital, los procesan en sus grandes centros de datos, y los convierten en información que sirve para vendernos servicios y productos.

Colonización del dato

La colonización del dato está sucediendo. No es de un país a otro, sino de una gran corporación a cualquier país. Y nos debilita. Los datos, nuestros datos, son una de las nuevas materias primas de la economía. Los producimos cada uno de nosotros, los extraen los gigantes de la economía digital, los procesan en sus grandes centros de datos, y los convierten en información que sirve para vendernos servicios (de entretenimiento, de productividad, de relaciones personales, de transporte) o todo tipo de productos.

Esto es posible porque los países son menos innovadores que las grandes empresas de Internet, y les ha costado entender de qué iba la economía de datos. Se han centrado en liberar datos públicos y en la transparencia (ambos jalones obligados), y han dejado que las grandes empresas se ocuparan de la Inteligencia Artificial. Tras años de ir detrás por incomparecencia, esto empieza a cambiar a nivel de países y también a nivel de ciudad. En España se ha creado una Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, y en Nueva York hay un comisionado para la Inteligencia Artificial y la Robotización.

La consecuencia de estos desequilibrios es que la relación entre urbanismo y tecnología ha cambiado. Tradicionalmente se trataba de una relación de franca subordinación. Los urbanistas echaban mano de los ingenieros para completar su obra: decidido nuestro lugar de residencia, trabajo o entretenimiento, los ingenieros civiles contruían la infraestructura viaria para movernos, los eléctricos iluminaron las avenidas y llevaron la electricidad a las industrias, las cueles eran organizadas por los ingenieros de producción. Los telecos, penúltimos en aparecer, echamos por encima y por debajo de todo ello una densa capa de conectividad. Hasta ahí todo en orden.

Sin embargo, algo se torció para los urbanistas e ingenieros clásicos el día que decidieron hacer caso a pensadores como Manuel Castells y Richard Florida y crear las condiciones para que en las ciudades florecieran las llamadas clases creativas. Con el viento de popa gracias una disruptiva infraestructura, Internet, y al creciente atractivo de lo urbano, la generación de nuevos emprendedores tecnológicos que empezó a despuntar en los albores del milenio hoy ha desembocado en gigantes como Google, Amazon, Facebook, AirBnB o Über. En sus salas de máquinas reinan los ingenieros informáticos. Bienvenidos a la era del software y los contenidos.

Software como el que mueve la inteligencia artificial. Über «osa» dirigirse al Ayuntamiento de Boston para ayudar a sus técnicos en la gestión del tráfico. Cada verano antes de la covid-19, los efectos del turismo ‘low-cost’ de AirBnB amenazaban el normal discurrir del estío en el casco viejo barcelonés. Muchas de las de las inversiones que han hecho las ciudades en sistemas de tráfico inteligente (ITS) palidecen ante la potencia de ‘Google transit’.

Facebook conoce con quién nos relacionamos y se permite el lujo de modelar procesos electorales, Amazon, que registró una patente para enviarnos el próximo libro antes de que lo compremos y sus engrasados tentáculos llegan cada vez a más aspectos de la ciudad como saben en Pittsburgh. Es, además, uno de los principales lobbistas para una favorable regulación de los drones. Razones de sobra para que los técnicos municipales que gestionan el transporte (qué decir del taxi), el pequeño comercio, o la hostelería, se empiecen a hacer algunas preguntas: urbanistas e ingenieros perdemos pie en la gestión de nuestras queridas viejas infraestructuras.

Y no somos los únicos. Detrás de los servicios ‘low cost’ o gratis de estas grandes corporaciones se oculta una transacción económica de enorme relevancia: el valor de nuestros datos, del suyo y del nuestro, querido lector. Como señala Mozorov, a cambio de servicios relativamente triviales hemos cedido gustosamente nuestra privacidad. El círculo virtuoso de la colonización del dato está en marcha: deme sus datos gratis que a cambio yo le venderé productos. Primero entregue sus datos, luego su dinero. Y con ambos, alguien desde un lugar remoto modelará la ciudad en que usted vive, y puede que no le guste lo que vea.

Hasta ahora, el intento más serio de dominar las ciudad por la vía del control de los datos y de las infraestructuras y servicios smart city ha tenido lugar en Toronto por parte de la filial de Google «Sidewalk Labs».  El intento se saldó, de momento, con la retirada del proyecto. Pero intuimos que se trata sólo del primer asalto. Los gigantes del software, dominadores de la economía digital, no renunciará a intentar modelar la ciudad, como hicieron sus antecesores dominadores de la era industrial.

Si es cierto que vivimos en el tiempo de las ciudades también lo es que vivimos en la época de los nuevos amos de Internet, y que ambos fenómenos están, como hemos visto, estrechamente relacionados. Anticipamos que ambos protagonistas de esta nueva era, ayuntamientos y gigantes de Internet, deben empezar a entablar un tipo de diálogo más fructífero para los primeros, aunque solo sea para poner pie en pared ante la colonización del dato.

La defensa del interés público entraña en estos tiempos también la defensa de la privacidad del individuo, alertando contra los riesgos que supone la cesión informada o no de derechos, regulando el uso de los datos de nuestros ciudadanos por terceros y salvaguardando la autonomía operativa de nuestros servicios públicos. No es posible poner diques insalvables ni duraderos ante la nueva economía, ni parece razonable hacerlo. Pero sí parece sensato establecer ciertas condiciones para que la prestación de servicios como Über o AirBnB se realicen de acuerdo a ciertos principios propios de estas latitudes, y para que parte de esos beneficios tributen localmente.

En el caso de los datos, la tendencia es a una mejora sostenida en la calidad y cantidad de los datos abiertos en poder de las administraciones públicas. Es lo que llamamos open data, y se trata de un gran avance en aras de la necesaria transparencia. Sin embargo, en el terreno económico todavía no tenemos evidencias sólidas de que los datos abiertos generen sólidos negocios. Así lo hemos comprobado en Zaragoza, una de las ciudades con más y mejores catálogos de datos abiertos, y donde de los centenares de proyectos de emprendimiento que han pasado por las incubadoras públicas el uso de los datos abiertos no ha pasado de ser testimonial. Ello no quiere decir que los datos no generen nuevos negocios. Google, Facebook, Amazon y compañía basan sus negocios en los datos, solo que en su caso no se trata de datos de cosas (como el open data de las administraciones) sino de millones de personas que generan datos muy variados y a gran velocidad. Es lo que se llama Big Data.

Abogamos porque el diálogo entre iguales al que hacíamos referencia incluya, por tanto, el uso del Big Data para generar valor económico y valor social a nivel local. Las incubadoras de start-ups contienen emprendedores ávidos de ideas nuevas de negocio que pescar en esa gran cazuela de sopa que es el Big Data, y los institutos de investigación pueden usarlo para poner su ciencia al servicio de la resolución de desafíos en el ámbito de la energía, la salud, la alimentación o la gestión urbana.

En Urbequity tenemos algunas ideas prácticas en este sentido. Se trata de desarrollar nuevas infraestructuras que permitan integrar y conectar el Big Data de terceros con el tejido emprendedor y científico local para buscar ese retorno mutuo en puestos de trabajo y avances en calidad de vida. Ideas que esperamos tener la capacidad de ir desarrollando en el futuro.

Artículo publicado bajo licencia Creative Commons de cultura libre. Algunos derechos reservados.

Foto de @Chuttersnap via Unsplash

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Last modified: 14/02/2021
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